Hasta en la fiesta de las flores de Montemaior se hizo eco de este suceso acaecido allá por el siglo XVI. Enterrados ambos amantes en el Monasterio de Alcobaça, yacen juntos, uno frente a otro, según cuenta la leyenda, para que cuando abran los ojos el día del juicio final, lo primero que vean sea el uno al otro.

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