Patio de la antigua Universidad de Baeza.
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y alsperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudes moles de su ser de piedra
en esa tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo,
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos....
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
Caminos.
Antonio Machado.
No he podido resistir la tentación de volver de nuevo a la poesía de Antonio Machado, máxime cuando el día 22 de Febrero, cuando se cumplía 70 años de su muerte, visité el aula de la antigua Universidad, donde daba clases de francés en la ciudad de Baeza. En su mesa, unos claveles frescos, recuerdan al maestro, en el perchero espera un rancio paraguas, faltaba su sombrero. Me senté en un viejo pupitre de madera, frente a la oscura mesa, imaginando la figura del poeta.